«La historia de mi vida» me ha parecido que debía ser el primer post de este blog dedicado a Miguel Gila, porque fue la última intervención del Maestro del Humor en televisión, con el que nos hizo reír y con el que de alguna manera nos cuenta también, de forma divertida y caricaturizada, la vida cotidiana de la época en la que le tocó nacer (Madrid, España, 1919) y vivir.
Por supuesto que la madre de Gila estaba cuando nació ;) el que no pudo estar fue su padre, que falleció dos meses antes de su nacimiento y probablemente inspiró en gran medida este «fantástico» monólogo.
En el vídeo que os pongo a continuación Gila pertenece al programa «El Club de la Comedia» emitido en el 2001, cuando ya tiene más de 80 años y como podéis ver seguía con buen humor y así nos cuenta «La historia de mi vida», terminando su actuación con una cariñosa despedida a la que el público responde rindiéndole un emotivo homenaje. Gila fallecería ese mismo año.
Texto del monólogo «La historia de mi Vida»
Bueno, ya sé que muchos de ustedes me conocen, algunos me conocen mucho, otros me conocen poco y otros no me conocen, así que para aquellos que no me conocen les voy a contar la historia de mi vida que es dramática, pero no tengo otra. Podría contar la de mi hermana Elisa, pero no le gusta, se cabrea cuando la cuento.
La cosa fue así, yo tenía que nacer en invierno pero como éramos pobres y no teníamos calefacción me esperé para nacer en mayo y nací sorpresivamente, en mi casa ya ni me esperaban. Mi madre pensó que era una falsa alarma y había salido a pedir perejil a la vecina, así que nací solo y bajé a decírselo a la portera, dije -Sra. Julia soy niño- y dijo la portera -bueno y ¿qué?- digo -he nacido y no está mi madre en casa y a ver quién me da de mamar-.
Me dio de mamar la portera, poco, porque estaba la pobre ya ni pa un cortao, porque de joven había dao de mamar a once niños y a un sargento de ingenieros, que ni se casó con ella, ni nada, un desagradecido. Sí, porque me enteré que era un tragón, mojaba churros en la teta.
Bueno, y fui a mi caja, me senté y cuando vino mi madre salí a abrirle la puerta y le dije -mamá he nacido- y dijo mi madre -que se a la última vez que naces solo-, porque en aquella época las madres eran muy rigurosas con lo del parto, así que me senté en una sillita que teníamos para cuando nacíamos y le escribimos una carta a mi papá que trabaja de tambor en la orquesta sinfónica de Londres y vino corriendo. Se puso muy contento porque hacía más de dos años que no venía por casa y dijo ahora tendré que trabajar porque ya éramos muchos, éramos nueve hermanos, mi mamá, mi papá y un señor vestido de marrón que estaba sentado en el pasillo que no le conocíamos de nada. Entonces, le vendimos el tambor a unos vecinos que eran pobres, y no tenían radio, ni tocadiscos ni nada y con el dinero que nos dieron por el tambor, en lugar de gastárnoslo en champan y en taxis y en marihuana y eso, lo echamos en una tómbola y nos tocó una vaca. Nos dieron a elegir, la vaca o doce pastillas de jabón y dijo mi padre -la vaca que es más gorda- dijo mi madre -tú con tal de no lavarte lo que sea-.
Bueno, después llevamos la vaca a casa y le pusimos de nombre Matilde en honor a una tía mía que se había muerto de una tontería. Mi tía se murió porque tenía un padrastro, empezó a tirar y se peló toda.
La vaca la pusimos en el balcón para que tuviese la leche fresca y se ve que tenía un cuerno flojo, se asomó, se le calló el cuerno a la calle y se le clavó a un señor de luto. Subió muy enfadao con el cuerno en la mano y cuando salió mi padre a abrirle la puerta, dijo el de luto -es de usted este cuerno- dijo mi padre –yo que sé-, porque mi padre era muy despreocupao.
Total, que el señor del cuernazo se murió y a mi papá le metieron preso por cuernicidio y se escapó un domingo por la tarde que no había taxis y estaba lloviendo y dijo -¡estoy libre!- En qué hora, se le subieron ocho encima, ahí murió en el tumulto.
Entonces como éramos muy pobres mi madre hizo lo que se hacía en aquella época con los huérfanos, nos fue abandonando por los portales en un cestito y a mí me dejó en el portal de unos marqueses que eran riquísimos, tenían corbatas, tenían sopa, en la cisterna del váter ponían agua mineral, se hacían las radiografías al oleo. Tenían radiografías de Goya y que se yo.
Bueno, y por la mañana salió el marqués, me vio, me levantó y me preguntó cómo me llamaba dije -como soy pobre, Pedrito- y dijo – desde hoy te vas a llamar Luís Enrique Carlos Jorge Pedro- y luego me llamaba Chuchi para abreviar. Los Marqueses querían que estudiase bachillerato, eso que luego de mayor te sirve para hacer crucigramas, pero a mí no me gustaba estudiar y me escapé y me metí a trabajar con un fotógrafo buenísimo, sacaba muy favorecido. Rretrataba a un pordiosero todo roto y le salía en la foto un almirante de marina con los ojos verdes. Y una vez me equivoqué en aquella época que no había flash, se usaba magnesio y en lugar del magnesio puse dinamita y maté una boda. Bueno quedó un invitao, pero torcido, una mierda de invitao, ni parecía invitao ni nada.
Entonces me despidió y me fui de aprendiz de ladrón a una banda, pero lo tuve que dejar porque me puse enfermo y todo lo que robaba lo devolvía. Así que me fui a Londres y me coloqué de agente en «Escolan Yar». Yo descubrí lo del asesino ese famoso, que lo habrán oído nombrar. Nunca lo he contao por modestia, pero se lo voy a contar esta noche. La cosa fue así, apareció un hombre en la calle como dormido, no, pero como hacía más de un mes que estaba allí, dijo el sargento, -no sé, mucho sueño pa un adulto no-.
Entonces llamamos al forense, que ni era médico ni nada, tenía un foro y le llamábamos el forense. Vino corriendo, se acercó al tumbao, le dio seis patadas en los riñones y dijo –una de dos o está muerto o lo que aguanta este-.
Y vino Sherlock Holmes con la lupa, lo miró y dijo -ha sido Jack el Destripador- y dijeron –¿por qué lo sabe?-, -porque soy Sherlock Holmes y a callar todo el mundo-.
Me enteré dónde vivía Jack el Destripador me fui al mismo hotel y como no me gusta la violencia le detuve con indirectas. Nos cruzábamos en el pasillo y le decía – alguien ha matao a alguien y no me gusta señalar– Al día siguiente nos volvíamos a encontrar –alguien es un asesino y no lo quiero decir- hasta que a los quince días dijo –no puedo más he sido yo, lo confieso- y se entregó.
Y lo de Londres lo dejé porque había mucha niebla y había que hacer la ronda palpando y me pegaba unos hostiazos con las farolas, que dije me voy a matar y lo dejé y ya me dediqué a esto.
Esta es la historia de mi vida, más o menos, después sigue, muchas más cosas, ufh, otro día se las cuento.
Gracias, les quiero mucho.