Hoy 23 de abril se celebra el día del libro y me parece un excelente momento para que conozcamos otro de los poemas de Miguel Gila «SI PUDIERA«, basado probablemente en su experiencia personal, y en la de sus compañeros republicanos con los que tuvo que sufrir la prohibición de libertad en los campos de prisioneros y en las cárceles de Franco.
Miguel Gila estuvo en el campo de prisioneros de Valsequillo (Córdoba) y pasó por las cárceles de Yeserías y de Santa Rita situada en Carabanchel, desde donde llevaban a los presos a construir la que luego sería la emblemática cárcel franquista de Carabanchel. Finalmente estuvo en la de Torrijos, que compartió con Miguel Hernández, que también pertenecía al 5 Regimiento de Líster, como Gila.
SI PUDIERA
Si pudiera contarles
les contaba
cómo es la libertad, cómo las calles,
cómo es el hijo que no tuve,
cómo los ojos de mi madre,
cómo un gorrión, cómo una nube.
Si pudiera contarles
les contaba
cómo es el mar, cómo la brisa,
cómo una flor en primavera,
cómo es la risa, y cómo el beso
apasionado de mi amante.
Si pudiera contarles les contaba
cómo es el agua del arroyo,
cómo los peces,
cómo una puerta sin cerrojos y sin llaves.
Pero ¿cómo explicarlo
si hace años solo contemplo
las oscuras paredes de mi cárcel?
Miguel Gila
(12 de marzo de 1919 – 13 de julio de 2001)
18 de julio de 1936: Guerra Civil de España
Así nos cuenta Miguel Gila lo que ocurría en su entorno en julio de 1936.
El 17 de julio nos llega una noticia que nos hace pensar que la guerra contra la Repúblia es un hecho. Elementos de la Legión y el Ejército se apoderan de la ciudad de Melilla. En mi casa hay una gran preocupación, y en Boetticher y Navarro los obreros dicen que hay que estar prevenidos porque se avecina un golpe militar contra la República. Los de la CNT y los de UGT deciden unir sus fuerzas si se produce el esperado golpe militar. Influido por lo que escucho y por lo que leo, hablo con mi amigo Pedro Tabares y nos hacemos militantes de las Juventudes Socialistas. Al día siguiente, el 18 de julio, comienza la Guerra Civil…
…El 19 de julio la Guerra Civil ya es un hecho.
Pedro Tabares y yo tomamos una decisión, vamos a la calle de Francos Rodríguez y nos alistamos como voluntarios en el 5º Regimiento.
En la casa de ladrillos de Zurbano 68 se ha quedado mi niñez , mis juegos, mis amores jóvenes y mis intentos de hacerme hombre.
La etapa que me espera va a ser dura y de sufrimientos.
Y Gila no se equivocaba, durante la guerra sufrió un fallido fusilamiento, del que milagrosamente salió vivo. Una vez hecho prisionero pasó por diferentes campos de prisioneros.
Mi estancia en el campo de prisioneros duró varios meses. En es ese tiempo no había tenido ninguna noticia de nada ni de nadie. Supe, supimos, alguien nos dijo, que la guerra había terminado, que la habíamos perdido, pero nada más. A causa de ese no saber nada, mi regreso a la paz estaba lleno de una gran incertidumbre acerca de lo que iba a ser mi futuro y qué me iba a encontrar en mi casa, si mis abuelos muertos o mis abuelos vivos.
Mi llegada fue recibida con risas y lágrimas, muchos vecinos y amigos habían dejado su vida en el frente y de mi hacía más de cinco meses que no tenían noticias. Mi regreso significaba algo así como un milagro.
El rey del humor y la ironía en la cárcel
Gila consiguió volver a su trabajo de mecánico en Boetticher y Navarro, gracias a un exjefe suyo que le tenía en gran consideración profesionalmente. Pero había un nuevo ingeniero que dedicaba más tiempo a investigar el comportamiento político de los obreros que el profesional.
El tío de Gila que era un gran profesional y trabajaba en Boetticher y Navarro, Manolo, fue llevado a prisión por haber pertenecido a UGT.
Una noche llamaron a la puerta de mi casa. Una pareja de la Guardia Civil preguntó por mí, me esposaron y me llevaron a la cárcel de Yeserías sin ningún tipo de explicación. Hasta el año 1951 no supe el porqué de aquella detención.
Unos días después me trasladaron a una prisión de Carabanchel, que antes había sido reformatorio y que habían habilitado como cárcel. No teníamos celdas, nos hacinábamos en unas galerías donde nos asignaron un espacio de dos baldosas de anchura por individuo, y en un generoso rasgo de humanidad nos dieron a cada uno para cubrirnos una manta de las que se utilizaban en el ejército. Dos días después del ingreso nos desnudaron, se llevaron nuestra ropa y las mantas. luego nos afeitaron la cabeza, trajeron unos cubos llenos de zotal, nos hicieron levantar los brazos y empapando escobas en el zotal nos refregaron todo el cuerpo, desde la cabeza a los pues, y nos dejaron sobre las baldosas de la galería que tenían dos dedos de zotal encima. Ahí dormimos esa noche, desnudos sobre el zotal, apretándonos unos contra otros para sentir en nuestros cuerpos algo de calor. A la mañana siguiente nos trajeron la ropa que habían metido en unas calderas de agua hirviendo, dijeron que para desinfectarlas y evitar el entonces llamado piojo verde. Era del todo imposible reconocer nuestra ropa. el color de algunas había teñido el color de otras. Era tan intenso el frío que cuando dejaron la ropa amontonada y dijeron que cada uno buscara la suya, nos abalanzamos sobre aquellas prendas irreconocibles, cogiendo cualquiera, sin importarnos si era o no la nuestra, lo importante era protegernos del frío.
Yo me abalancé sobre un abrigo gris, que debió pertenecer a algún chófer de una familia rica. El abrigo tenía botones dorados y estaba abierto por la parte de atrás desde la cintura hasta abajo. Como no tenía calzoncillos, cada paseo mío por la galería provocaba que se abriera aquella ranura y se me viera el culo. Eso hacía que me piropearan y me aplaudieran. ¿Que fenómeno tan curioso se produce en los hombres! Ahora, en la distancia de tantos años me asombra que en aquella situación tan dramática aún hubiera sentido del humor. Es posible que estas situaciones trágicas hayan influido en mí para dedicarme al humor. No lo sé. Tan sólo es una reflexión.
Los zapatos también los habían hervido junto con la ropa y el intento de calzarnos fue inútil: aquellos zapatos sólo hubieran servido para calzar niños de cuatro o cinco años. Estuvimos paseando descalzos sobre el zotal de la galería y sobre la tierra del patio hasta que de nuestra casa nos trajeron calzado, a los que teníamos familia en Madrid, naturalmente. Los demás siguieron descalzos.
Nos daban de comer una vez al día y siempre lo mismo cáscaras de habas cocidas con agua y un poco de sal, sin más. Nos sorprendía que en nuestros platos sólo depositaran las cáscaras de las habas flotando en aquel agua verdosa.
-¿Y las habas?
-Las habas son para los enfermos.
Las cáscaras de habas no alcanzaban para todos, así que en el momento que llegaban con la perola y la ponían en medio de la galería, nos matábamos por ser los primeros en llegar a la fila. Ni Ovidio , un preso corpulento al que habían nombrado jefe de galería, era capaz, golpeándonos con un palo grueso en la cabeza, de poner orden. Ni a golpes paraba nadie a aquellos hombres hambrientos. Nos acercábamos hasta la perola, metíamos el plato de aluminio y sacábamos las cáscaras de las habas, que devorábamos. A algunos presos entre ellos me cuento yo nos traían de nuestra casa algo de comer; recuerdo a mi abuela, con una fiambrera llena de arroz con caracoles, un arroz blanco sin ningún condimento y unos caracoles capturados en algún solar de los que había cerca de nuestra casa. Los que no tenían quien les trajera nada pedían las cáscaras de las naranjas, que devoraban con avidez.
Nos estaba prohibido leer ni tener ningún juego de entretenimiento, pero nos inventamos un parchís. Metimos un pañuelo en el agua, lo escurrimos, lo pusimos sobre las baldosas y con un lápiz, de aquellos llamados de tinta, dibujamos las rayas y los cuadros del parchís, hicimos dados con miga de pan y como fichas usábamos los botones de las mangas de las chaquetas. Cuando llegaba algún vigilante recogíamos todo y guardábamos el pañuelo en algún bolsillo.
Al anochecer nos formaban en fila, y en pie firme con el brazo en alto al estilo nazi, nos hacían cantar el Cara al sol. Mientras cantábamos, alguno de la fila se desplomaba. Nos estaba prohibido prestarle ayuda. Sólo cuando terminábamos de cantar el Cara al sol y después de los gritos de
«¡España! ¡Una! ¡España! ¡Grande! ¡España! ¡Libre!
¡Viva Franco! ¡Arriba España!»,
se podía levantar al que se había derrumbado. Estaba muerto. La disentería hacía estragos cada día. Después, los muertos eran cargados en un carro tirado por una mula que los llevaba no sabíamos dónde. También nos obligaban a cantar el himno creo que de los requetés. Aqué que decía:
Por Dios, por la Patria y el Rey,
lucharon nuestros padres.
Por Dios, por la Patria y el Rey,
lucharemos nosotros también.
Lucharemos todos juntos
Todos juntos en unión,
defendiendo…(no recuerdo qué)
Nosotros, no sé si como una burla, un desafío, una rebeldía, o simplemente una diversión, y hasta es posible que se tratara de una terapia para curar nuestra amargura, le habíamos cambiado la letra y cantábamos muy bajito, entredientes:
Por el vino el coñac y el ojén,
lucharon nuestros padres.
Por el vino el coñac y el ojén
lucharemos nosotros también,
lucharemos todos juntos,
lucharemos todos juntos en unión,
defendiendo el anís del Mono
y el coñac napoleón.
A pesar de nuestra debilidad nos llevaban a construir la que más tarde iba a ser la actual cárcel de Carabanchel. Ahí trabajamos durante toda la mañana y después, a comer las cáscaras de habas.
OTRA CÁRCEL IMPROVISADA
Semanas después me trasladaron a la prisión de Torrijos, que al igual que la de Carabanchel era una prisión improvisada; esta en un convento.
De mi casa me traían papel y lápiz y cuando salíamos al patio, yo me entretenía en dibujar los edificios de la calle de Juan Bravo, algunas veces dibujaba chistes con unos personajes de grandes narizotas que yo había creado. Una mañana en que yo dibujaba, se acercó a mi uno de los presos y me preguntó:
-¿Eres dibujante?
Le dije que no, que sólo era aficionado desde muy pequeño, desde que iba al colegio. El me mostró un dibujo, era un niño con una cabra junto a un árbol.
-A mi también me gusta dibujar. Este dibujo es para mi Manolito.
Y se retiró. No hablamos más. Cuando pasaron unos minutos se me acercó otro de los presos y me dijo:
-¿Sabes quién es ese que ha estado contigo?
-No.
-Es Miguel Hernández el poeta.
Yo le había conocido, en alguna ocasión en que, como Rafael Alberti, había ido al frente de batalla a recitarnos poemas, pero el Miguel Hernández que yo había conocido en Somosierra, en Paredes de Buitrago, no tenía ningún parecido con este Miguel Hernández, ahora demacrado, enfermo y destruido por el sufrimiento y las humillaciones.
Por otra parte, mi falta de cultura no me daba posibilidad de conocer la dimensión poética de mi compañero de cautiverio. Fue necesario que pasaran muchos años para poder leer Viento del pueblo.
El 23 de julio de 1939, el Gobierno dicta un cecreto según el cual: «Los que no hayan sido juzgados en el día de la fecha quedan en libertad.»
Y por ese decreto salí de la prisión de Torrijos y por esa misma puerta y por ese mismo decreto salió Miguel Hernández.
23 de abril, Día Internacional del libro
Este año en el que se celebra el 400 aniversario del fallecimiento de Cervantes y Shakespeare, el Día del libro que recuerda el fallecimiento de estos dos grandes de la literatura universal es aun más especial.
Se suele decir que murieron el mismo día, y no es exactamente así, ya que Cervantes murió el 22 de abril del calendario gregoriano y Shakespeare el 23 de abril del calendario juliano, que es el que se utilizaba en Gran Bretaña en aquella época, y que se corresponde con el 3 de mayo actual.
De cualquier manera, creo que es buena idea que la UNESCO en 1995 decidiese encontrar un día intermedio entre los dos, para celebrar el Día del Libro.